Experimento


Recientemente he descubierto un nuevo juguetito en mi cocina: un horno "grill" (esto es, una parrilla a modo de horno debajo de la estufa).
Yo nunca en mi vida había tenido ni siquiera un horno, mucho menos una parrilla, así que estuve meses sin siquiera mirar para ese artefacto. De vez en cuando pensaba qué sería bueno cocer ahí, pero como no tenía ni la menor idea, este pensamiento pasaba como una nubecita delante de una montaña sin dejar ni rastro...

Un día nos fuimos al super y encontramos unos pescaditos pequeñitos (acá el pescado es bien freco y barato, a diferencia del pollo o cualquier otro tipo de carne) y los compramos. Al día siguiente, con toda la presencia de espíritu que la ocasión requería, saqué el pescado del refri, lo laée bien y le puse un poco de sal. "¿Qué más le pongo a esto?" -pensé, y como no se me ocurría nada llamé a G. Los dos, parados frente a los especímenes pensamos durante un buen rato, pero al final decidimos hacerlos así por esa vez "hasta que averigüemos qué más conviene ponerles".

Así que los metimos al horno, y nos sentamos impacientes frente al cristalito que nos permitía ver qué tal iba la cocción. De vez en cuando los volteábamos, para que no se quemaran. Hasta que decidimos que ya era suficiente tiempo al fuego para que estuvieran cocinados, y los sacamos del horno.

Los servimos con arroz blanco y vegetales, desconfiando aún de aquel cuero demasiado doradito (por no decir pasadito de color), y cuál no fue nuestra sorpresa al probarlos y sentir que sabían a gloria. Luego le preguntamos a un amigo y nos dijo que, hechos al grill, no hay que ponerles ni siquiera sal, y como nos encanta el pescado, y aquí es taaaaan fresco y sano, ya casi que nos salen escamas de tanto pescado al horno que comemos.

Claro, ya tenemos más práctica, y no nos quedan taaaaaaan doraditos como estos. ..

EL LABORATORIO...


LOS ESPECIMENES...


EL RESULTADO...

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